Sábados de Cassettes, Nostalgia y Merengue con Sergio Vargas: Un Viaje Sonoro a Través del Tiempo

Por: Choi y Sandee

Aunque es difícil recordar el año exacto, podría jurar que recuerdo con certeza, y con mucha pero mucha nostalgia, cualquiera de esos sábados en los que, después de alucinar toda la mañana con historias de felinos cósmicos, tortugas mutantes o autos fantásticos, los bafles del viejo equipo National Panasonic parecían reventar al mediodía. El dial: 105.9. El programa: Las 20 Latinas.

Mi hermana, seguramente lista para grabar el hit de la temporada mientras simulaba limpiar el polvo o algo por el estilo, tenía el dedo justo encima del botón de pause en la casetera. Ese casete, de algún artista mexicano de moda en los 60, ya tenía tapados con cinta los huequitos de la esquina que «protegían» su contenido, un truco que aprendí y que luego sería esencial para mi supervivencia musical en los 90… pero esa es otra historia.

Entonces, el locutor anunciaba la posición en el top. Era el momento de rezar para que no pisara la canción con algún saludo o propaganda, y así lograr una grabación impecable. Ese gesto de inocente piratería también era un asunto de suerte, una experiencia que, en retrospectiva, resulta hasta mágica en esta era del streaming.

La cinta corría, el coro estaba por entrar:
“…conoce bien cada guerra, cada herida, cada ser…”
Y mientras ese grito desgarrador retumbaba en la casa, ese sonido, ese rito, esas tardes de sábado, y mi hermana por supuesto, despertaron un sentimiento que se quedó instalado para siempre en mi corazón. Una tarde de sábado me enamoré perdidamente de la música.

La hoy tan escasa mística y honestidad de las producciones musicales de los 80 y 90 puede parecer una percepción subjetiva, pero nadie puede negar que esas décadas nos regalaron piezas magistrales. Cada álbum era un viaje sonoro del que se desprendía un totazo tras otro. La música latina nos brindó canciones que no solo son inolvidables, sino que forman parte de la banda sonora de nuestras vidas, y que aún hoy siguen sonando en las emisoras, resistiendo como monolitos a la dictadura del perreo.

Cualquier sala, sin importar sus dimensiones, en la que suene El Comején, Cali Pachanguero, Sopa de Caracol o cualquier canción al azar de esos legendarios long plays, se convierte inmediatamente en una frenética pista de baile donde la alegría llega hasta la médula de cualquier ser humano, sin importar su edad o nacionalidad.

Y eso fue exactamente lo que pasó el sábado en Chamorro.

La previa, a cargo del impecable y absolutamente divertido show de Full 80’s, calentó el recinto, que de un momento a otro se convirtió en un explosivo tributo a esa era en la que muchos aprendimos a bailar, incluso en medio del miedo y la zozobra de un país en llamas. Porque basta una sola canción para ponerle traje de fiesta a la nostalgia.

Desde la intro, con imágenes salidas de la pantalla de aquel viejo TV Hitachi, supimos que lo que venía traería consigo un par de días con dolor de rodilla. Durante una hora, los éxitos de la vieja radio, pasando por el rock en español, el house y hasta un par de baladas, hicieron que cantáramos y bailáramos a todo pulmón, como si ese fuera el único sentido de la vida.

Y así, todo quedó listo para darle la bienvenida a una leyenda viva del merengue.

Sin largas transiciones, sin descanso, sin esperas, y tras una breve presentación, la orquesta comenzó una descarga merenguera que sacudió el City Hall. El bajo despertó al incauto, la percusión llenó de valentía al tímido, y tras la primera nota de los vientos, la gente ya estaba dando vueltas.

Entonces apareció en escena ese señor de traje y sombrero. Con un saludo breve y una frase que abrió una cita que no sabía que tenía pendiente desde aquellos sábados de antaño:
«Se fue… y me niego a creer que se fue.»

Las manos de los caballeros de la vieja escuela se extendieron. El mensaje era claro:
Vinimos a bailar.

Con temazo tras temazo, Sergio Vargas y sus músicos demostraron que hay artistas que han instalado en el cerebro de cada persona canciones que uno no sabe que se sabe, y que le gustan de verdad, hasta que las está gritando en un concierto.
«Ni tú, ni yo.»

Ahí estábamos, tratando de ejecutar el famoso paso del «8» lo mejor posible. El setlist fue una avalancha imparable: Vete y dile, Anoche hablamos del amor, Las mujeres… y para cerrar, dos verdaderos himnos de la música tropical.

Primero, uno de esos covers que superan al original:
La quiero a morir, la antesala perfecta para ese clasicazo que selló la noche con broche de oro:
«Tengo el alma en pedazos, ya no aguanto esta pena…»

«Bogotá, República Dominicana, muchas gracias.»
Así se despidió Sergio, dejando al auditorio con el corazón contento… y con ganas de más.